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Sequía y Estado Islámico

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Las grandes revoluciones tienen componentes románticos o ideológicos, pero en la mayoría de las ocasiones cuentan con un sedimento en forma de motor que se llama hambre. Y cuando hablamos de situaciones de hambruna, hay que echar una mirada a nuestro alrededor y comprobar que el detonante de esa situación tiene que ver con un cambio climático, natural o provocado por el hombre, que altera el equilibrio de una zona en concreto que se convierte en el epicentro de la revolución.

La situación de guerra y asentamiento de los extremistas islámicos en Siria tiene que ver, según un último estudio publicado, con una prolongada sequía que devastó el país entre los años 2006 y 2010. 

Un cambio en el clima que destruyó la agricultura en el norte del país. Luego vienen, como en toda situación de emergencia, la mala gestión de los administradores, la corrupción y el reparto desigual de unos recursos cada vez más escasos. La combinación de todos estos factores resultan el caldo de cultivo de la revolución o del levantamiento de los pueblos contra sus gobernantes.

El estudio combina datos climáticos, sociales y económicos. Y aunque los autores prefieren hablar de una combinación de elementos y no de uno solo como la chispa que ha activado el conflicto en la zona, tampoco le quieren restar importancia a este asunto, ya que aumenta la vulnerabilidad.

La sequía provoca escasez y ante la escasez, los humanos -y el resto de las especies- provocan movimientos migratorios que, a su vez, provocan nuevos desequilibrios en las áreas de los nuevos asentamientos.

No es la primera vez que la sequía afecta a Siria, pero la registrada en 2006 ha sido una de las más intensas. Desde 1900, esta zona ha experimentado un calentamiento de entre 1 y 1,2 ºC y una reducción del 10% de las precipitaciones en la estación húmeda. Sus efectos, reducción de la producción agrícola y ganadera. Y han sido provocados porque el calentamiento global ha debilitado indirectamente los patrones de viento que llevan aire cargado de lluvia desde el Mediterráneo, reduciendo las precipitaciones durante la temporada de lluvias de noviembre a abril.

Y en un segundo punto, las altas temperaturas han aumentado la evaporación de la humedad de los suelos durante los veranos generalmente calientes.

Y esto es un hecho que no debe de permanecer fuera de las libretas de análisis de los gobernantes de turno y una piedra de toque para que a la hora de planificar sus políticas -las locales y las trasnacionales- tengan en cuenta que cuidar el planeta es un factor que ayuda a evitar conflictos.

Que como decía el torero, más cornadas da el hambre.

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